Del libro: Del 11 al 13 - de: José Roberto Duque
Testimonio de los días de abril de 2002 - Golpe de estado en Venezuela
Tomado de: http://del11al13.blogspot.com/
Leo Campos (periodista, Caracas)
Fuimos carne de cañón
¿Mi posición ante Chávez y el chavismo? Yo no soy chavista. No puedo serlo. No creo que esto sea un gobierno revolucionario. Siento que, en efecto, hay una dimensión del país donde están ocurriendo cambios que se pudieran llamar revolucionarios, en algunos barrios, en algunos pueblitos, pero esa dimensión no ha tocado a las mayorías. En lo que me toca de cerca, como ciudadano, no percibo cambios desde hace diez años para acá.
Me parece acertada la política internacional del Gobierno, pero lo que uno ve hacia adentro es el mismo desbalance de siempre: los que tienen más tienen mucho más, y los que tienen menos tienen mucho menos. Con todo, me parece positivo que el hombre haya vuelto a ganar las elecciones en diciembre de 2006, porque si perdía nos iba a tocar otra temporada de convulsiones. Pero ahora al hombre le toca establecer un sistema de gobierno efectivo. Hablar menos en términos de revolución y hacer que las cosas funcionen. Aspirar a que los hospitales funcionen, que las vías estén transitables y que el hampa no te mate no es ser de derecha o de izquierda, es tener una aspiración básica, querer vivir en un país habitable.
Cómo mantenerse al margen
Yo entré a trabajar en RCTV en abril del año 2001, un año antes del golpe de estado. Estudiaba el último año en la escuela de Comunicación Social de la UCAB y mi aspiración era convertirme en periodista deportivo, en periodista especializado en deportes. Todo comenzó bien, pues entré a trabajar como redactor de deportes para la emisión meridiana. La paga era baja; me pagaban 320 mil bolívares, un equivalente a 200 dólares al cambio oficial. Luego me enteré de que se podía trabajar para la emisión estelar (nocturna) y te pagaban horas extra. Era un trabajo muy sencillo: tomabas cables internacionales y los procesabas, lo mismo con los reportes que se hacían desde los eventos o partidos adonde se enviaba una cámara.
Me llamaba la atención la estructura interna, la cantidad de jefes que yo tenía. Yo era redactor. Por encima de mí estaba el Jefe de Redacción. Aparte de éste está el Jefe de Información, que es el que pauta. Más arriba está un Gerente de Información y Opinión. Y por encima de esa gerencia está el Gerente General de toda el área informativa, que es Eduardo Sapene. Andrés Izarra era Gerente de Producción del noticiero, cargo que en el organigrama estaba a la par de la Jefatura de Información.
No había una forma rígida para las noticias, nos daban libertad para armar las reseñas y los reportes como quisiéramos, para imprimirles un estilo, y eso me animó bastante. Yo tenía un norte, un modelo: yo quería hacer lo que hizo en su momento Oswaldo Soriano, el fundador del periódico argentino Página 12, quien empezó en el periodismo cubriendo Deportes y lo hacía con mucha dignidad y mucha altura. En televisión, aspiraba darle a la noticia un tratamiento con la calidad que lo hace el canal ESPN. Pero no quería irme a trabajar en ESPN sino hacer aquí en Venezuela un trabajo con la calidad del que se hace allá.
Había un compañero de trabajo con quien montaba casi todas las noticias, Alberto Camardiel. Los dos escribíamos, grabábamos, hacíamos el reporte en cámara, hacíamos las entrevistas y además editábamos. Para el canal esto era conveniente ya que cada uno hacía el trabajo que normalmente hacen cuatro, y para nosotros era una dinámica interesante porque estábamos aprendiendo todo el proceso y además no venía nadie a modificarnos el trabajo. Me pareció una buena oportunidad para desarrollar algunas ideas que se me iban ocurriendo.
Creo que esa libertad tenía que ver con que para esa época el canal ya no le daba la misma importancia en su programación a los deportes. En los 80 y los 90 transmitían la mayoría de los eventos deportivos profesionales; cuando yo estuve allí no se cubría ninguno, ni siquiera el beisbol. Los televidentes siguen asociando a RCTV con el fútbol, pero ese espacio lo domina desde hace unos años Meridiano TV.
Después de unos pocos meses me empecé a dar cuenta de que les gustaba lo que hacía, y mi reacción fue automática: traté de mantenerme alejado lo más posible de la fuente política. Dado el perfil que iba adquiriendo el canal y lo convulso que se estaba poniendo el país, empecé a hacer deducciones y me di cuenta de algo obvio: en algún momento iban a pedirme que cubriera esa fuente, que me incorporara al grupo que cubría las marchas y manifestaciones. No es pedantería ni prepotencia de mi parte, sólo que yo quería ser periodista deportivo, no reportero ni redactor de noticias políticas.
De modo que me mantuve al margen hasta donde pude. Siempre había algo de que ocuparse como redactor en la fuente deportiva (Liga de Campeones, NBA, beisbol profesional), pero en eso llega diciembre de 2001, la situación se empieza a caldear más, la oposición convoca a un paro cívico y no me quedó sino incorporarme, cubrir marchas y concentraciones, porque cuando a un periodista le toca hacer guardia debe cubrir todas las fuentes y no sólo aquella donde trabaja. Una guardia significaba llegar entre las cinco y las siete de la mañana al canal, y tocaba trabajar diez o quince horas.
Las guardias extraordinarias
Entre diciembre de 2001 y abril de 2002 me tocó cubrir varias de esas concentraciones o manifestaciones.
Debo aclarar antes que yo nunca fui y creo que nunca iré por decisión propia a una de esas movilizaciones, ni a favor ni en contra del Gobierno. Asistí a varias porque era una obligación de trabajo, pero ir a marchar me parece una pérdida de tiempo. No tengo nada contra quienes lo hacen, pero mi apreciación personal de aquellas jornadas que hubo entre 2001 y 2003 es que perseguían un objetivo que puede conseguirse sin tanto gasto de energía. Pienso que fueron manipulados, utilizados. En algún momento la cosa se empezó a convertir en una moda y la gente se acostumbró a verlo así: “Es de pinga ir a las marchas”. Y seguramente lo era, hay que ver la cantidad de mujeres buenísimas que se veían allí. Pero ni siquiera por eso me animaba: tú vas a un sitio nocturno, te tomas unos tragos y ahí están las mismas mujeres buenísimas. No hace falta levantarse a las seis de la mañana y caminar todo el día para verlas.
Más o menos ese ánimo y esa visión de las cosas tenía yo cuando se produce el anuncio presidencial del domingo 7 de abril, de botar al poco de gerentes de Pdvsa; la rueda de prensa del día 8, donde se anuncia el paro nacional, y las movilizaciones del 9 de abril y los días siguientes.
El lunes 8 nos avisan que hay guardia y que hay que llegar al día siguiente a las cinco de la mañana, porque había guardias extraordinarias, todo el equipo periodístico tenía que activarse en una jornada extraordinaria. Recuerdo que justo ese día me fui a celebrar la graduación de un compañero en la noche, y la rumba terminó a las cuatro y media de la mañana. Por supuesto, no llegué a las cinco sino a las ocho. Así que empecé mal el paro. Mi jefa me regañó, con toda razón, pero yo me defendí diciendo que estaba llegando a mi hora habitual de trabajo, que eran las 8 en punto. Me pasó por la mente responderle que, como había llamado a paro y yo lo apoyaba, no tenía que ir a trabajar, pero no lo dije, la cosa servía nada más como chiste de pasillo. Ella tenía problemas conmigo porque opinaba que yo era borracho e irresponsable, también con toda razón.
Después de dos o tres días de trabajo mecánico, esas largas horas en que uno sabía que estaba pasando algo en el país pero no había forma de procesarlo ni de preparar un plan de acción, porque el trabajo era un asunto automático, uno comienza a colapsar, a agotarse en demasía, física y mentalmente. A mí me llegaban de pronto con unos cassettes, en formato DVC Pro, y revisar unas intervenciones larguísimas, porque había que hacer silentes de 30 segundos, segmentos escogidos por uno mismo para ser transmitidos. Trabajando en eso entendí por qué hay tantos declarantes que se quejan diciendo que equis periodista tergiversó unas declaraciones o que “no dijo eso”. Claro, si tú te tiras un discurso de hora y media y de ahí el canal tiene que seleccionar 30 segundos, nunca va a verse reflejado lo que el declarante dijo. Eso es imposible.
Con todo, la presión era sólo por el volumen de infomación y por la necesidad de llenar una programación, pero nunca llegó nadie a decirme qué cosa o qué fragmento de las intervenciones poner. Y se entiende por qué: el 90 por ciento de los trabajadores de Prensa eran antichavistas, así que no había mayor problema en que esos trabajadores se amoldaran a la línea informativa del canal. De los que no se amoldaban de manera natural a esa línea informativa, recuerdo a un redactor que, sin ser exactamente chavista o pro gobierno, sí le generaba rechazo la dirigencia de oposición. Había también un camarógrafo que era chavero de los duros, y un señor cuyo trabajo era “ponchar” las cámaras durante las transmisiones, también simpatizante del proceso. Pero la gran mayoría era antichavista, y supongo que lo sigue siendo.
Dos meses antes de estos acontecimientos, yo y mi compañero de Deportes habíamos decidido venderle al canal una serie de programas preparativos del Mundial de Fútbol, que iba a ser en Alemania en el mes de junio. Nuestro plan era entrevistar a jugadores de las selecciones participantes, los mejores del mundo, y producir un material que sirviera de antesala al Mundial, con entrevistas exclusivas desde España e Italia. Presentamos el proyecto, nos dieron un margen mientras tomaban una decisión, y justo cuando nos dieron la respuesta, afirmativa, estalló el conflicto del paro y la crisis de abril.
Como siempre, a Leo Campos cayéndosele los proyectos.
Pantallas divididas
Llega el día 11 y el ambiente de trabajo era insostenible, yo creo que no sólo para los trabajadores sino para los televidentes. RCTV pretendió en esos días pasar de tener una programación informativa de tres horas a una de 24 horas. Eso lo único que genera es agotamiento interno, exceso de información y de declaraciones, mucho ruido y al final un vacío. Tantas voces juntas terminan no diciendo nada. Nadie puede conservar la cabeza fresca después de todo un día escuchando y procesando las declaraciones de un gentío, desde Pablo Medina hasta Alfredo Peña, pasando por Carlos Ortega y cuanto alcalde de cualquier pueblo de Monagas quisiera venir a decir algo contra el Gobierno. Y al espectador también se le agota, pues de tener un Globovisión pasó a tener cuatro.
Así que llega el día de la marcha y empiezan a producirse rumores. Yo estaba, como todos esos días, pegado de unos monitores, pero oía lo que se decía: que había temor de que ocurriera lo del 27 de febrero por la multitud que había en la calle, que un mal manejo de la información podía producir efectos graves y situaciones que nadie iba a poder controlar.
Empiezan a llegar imágenes sorprendentes de la marcha, que ya habían desviado desde Chuao hacia Miraflores. De pronto aparece el Presidente dando una cadena y el personal del canal se empezó a indignar, “Otra vez nos clavó una cadena”, decían. Si mal no recuerdo, creo que el primer canal que dividió la pantalla, para pasar la cadena en un lado y la marcha por el otro, fue Televén. En la sala había cinco televisores; empezó un grupito a gritarles a los directivos, “Cobardes”, les gritaban, “Partan esa pantalla”. Supongo que entonces se produjo un acuerdo entre todos los canales y entonces todas las pantallas aparecieron divididas.
A esas alturas de la crisis nadie, al menos entre los trabajadores, hablaba de golpe de estado. En algún momento empecé a ver que llegaban militares, seguramente algunos conocidos y de alto rango. Yo no reconocía a ninguno porque no me interesan los militares ni como fuente ni como nada; llegaba un tipo de uniforme blanco y yo no sabía si eso era la Marina o la Aviación, pero lo único que estaba claro ahí era que la vaina estaba jodida, sólo eso. Y en efecto, empiezan a llegar las primeras noticias graves: la muerte de Tortoza, la del otro muchacho a quien cubrieron con una bandera. El rumor general en todo el canal era que Chávez estaba asesinando al pueblo, y por supuesto en ese momento lo creíamos. Decidimos que había que seguir trabajando, procesando material audiovisual. Éramos casi unas maquinitas de escoger imágenes y audio que iban a ser transmitidos.
Yo vivía muy cerca de RCTV, a unas cuatro cuadras del canal, y por esa razón era de los últimos que se iban. Esa noche monté noticias hasta las 10 ó 10:30. Lo último que recuerdo de la jornada del 11 de abril fue la toma de los pistoleros del puente Llaguno y la presencia de un militar que estaba por reunirse con Sapene. El hombre estaba hablando por un celular. A cada rato decía: “Se jodió. Y mire que tratamos de hablar con él. Ahora se jodió. Ahora que entregue el mando”. No me costó mucho entender que estaba hablando de Chávez.
Me fui a mi casa y caí rendido en esa cama hasta el día siguiente.
El pueblo informa;
el periodista escucha
El viernes 12 salgo de mi casa, veo que las calles están desiertas, y llego al canal. Empiezo a hablar con los compañeros y me entero de que Chávez ya no es Presidente. Me lo creí pero lo tomé a chiste: yo, que casi era el hombre mejor informado de Venezuela por la cantidad de información que me pasaba por las manos; que estuve tres días casi sin dormir, haciendo la cobertura de un acontecimiento, ¡y me pierdo el final de la película! No era justo. Otro disparate más en la carrera de Leo Campos.
Me echan el cuento de Lucas Rincón, las imágenes del traslado a Fuerte Tiuna. Me tocó ver todo eso pero después, en diferido.
Y nada que se hablaba todavía de golpe de estado: el enunciado del chisme decía que el hombre se asustó, que no aguantó la presión y renunció. Había, sí, la sensación de que no estaba claro lo que había pasado en la avenida Baralt. Eso de que habían matado a unas personas y que se hablara de francotiradores, pero los militares no decían quiénes eran esos francotiradores, era algo que no encajaba ahí. Era algo que olía raro pero todo el mundo se conformó fue con el final de la historia, que Chávez ya no estaba en Miraflores.
Vinieron entonces los allanamientos del 12, el momento de los coscorrones contra Rodríguez Chacín. Esto me pareció bien, pero no porque fuera un triunfo o un acto de justicia de la oposición, que no lo era, sino que unos ciudadanos se sentían enardecidos contra los poderosos y en lo que vieron a un ministro se desahogaron metiéndole unos coscorrones, debo confesar que eso lo disfruté. Después ya no me pareció nada sano porque estaba claro que era una cacería de brujas. El canal se dedicó todo ese día a transmitir también el acoso a la casa de Tarek, a la embajada de Cuba, y dos o tres sucesos más. Todos los reporteros estaban dedicados a esos sucesos. Y, por supuesto, el show de Carmona en Miraflores. Es difícil que me olvide, porque a cada estupidez que anunciaba el tipo ese en la redacción rompían a aplaudir. Y el discurso del canal era: “Este tipo es un hombre preparado, sabe manejar una empresa y por lo tanto debe saber manejar el país”, y ese tipo de cosas.
Yo me vine a enterar de lo que está pasando en varias zonas del país después de las seis de la tarde, en una conversación que escuché en una camioneta por puesto.
A esa hora, bastante temprano y después de un día relativamente suave de trabajo, tomo una camioneta en la avenida Baralt para visitar a mi mamá en la avenida Victoria, y allí se forma una discusión entre un señor que está celebrando la caída de Chávez y una señora que le responde, casi histérica, que los canales de televisión son un asco porque no están transmitiendo los saqueos. Me sobresalté porque hasta ese momento yo no había oído hablar de saqueos o disturbios, y me entero por boca de la señora de que hubo protestas en casi toda Caracas y en Guarenas. “Yo estuve esperando que aparecieran las cámaras y no llegaron nunca”, gritaba la doña. Llego a casa de mi vieja, veo un rato la televisión y sólo veo el desfile de declarantes: otra vez Lameda, otra vez Camacho Kairuz, los tipos que estaban de moda. Estuve conversando un rato con mi vieja y me fui a acostar. Fastidiado porque me tocaba guardia otra vez al día siguiente, 13 de abril.
Había dos razones que hacían que esa guardia valiera la pena. La primera era que no se trataba de una guardia extraordinaria porque hubiera marcha o alguna situación tensa como los otros días. Era un sábado más. Al menos eso pensaba yo. No tenía forma de saber que esa iba a ser la guardia periodística más importante de Venezuela en lo que va de milenio.
La otra razón para hacer con entusiasmo la guardia era que junto conmigo le tocaba trabajar a una compañera con quien yo tenía un romance, y siempre es una nota inventarse unos besos clandestinos en la sala de edición o en alguno de esos estudios vacíos.
La Revolución no será transmitida
Llego al canal temprano, la guardia empieza a transcurrir en calma. Sólo que empezaron a meternos unos sustos, pero nada grave: rumores de que los Círculos Bolivarianos iban a asaltar en cualquier momento al canal, y unos golpes que alguien le daba a la puerta de atrás, una santamaría grande que aísla el espacio de la redacción de la calle de atrás, lo que viene a ser la fachada secundaria del canal. Esto sucedió durante todos esos días: una o más personas se aplicaban a golpear la santamaría durante un minuto y eso provocaba un estruendo muy grande, como si se fuera a caer el edificio.
De repente, como a las once de la mañana, se me acerca uno de los reporteros, el que cubría la fuente militar, con quien yo tenía buena amistad y mucha confianza. Me llama aparte y me dice: “Mire panita, Chávez vuelve hoy a Miraflores. Es más, ya volvió”. No recuerdo la hora exacta, pero estoy seguro de que era antes de mediodía, y este pana me aseguraba que lo sabía por una fuente de primera. Me lo cuenta además con unos detalles que todo el mundo supo mucho más tarde o al día siguiente: que el Presidente estaba en La Orchila, que la Brigada de Paracaidistas estaba alzada, que había unos movimientos en Fuerte Tiuna. Así que no era un rumor sino una noticia confirmada. Le pregunté: “¿Vas a sacar eso?”. Y él me responde: “No, cómo voy a sacarlo sin imágenes”.
Unos minutos después de decirme esto el amigo tiene un problema con los jefes. Esto fue a mediodía. Yo lo veo salir muy molesto de la Gerencia de Información y me le voy atrás, a acompañarlo para el estacionamiento. Cuando salimos a la calle vemos que hay un tipo en las afueras del canal, golpeando un poste con una llave de cruz, y eso hacía un ruido ensordecedor; tanto, que no pude hablar con el compañero sino hasta que nos alejamos un poco. Le pregunté qué había pasado.
--Nada. Que me voy de esta mierda.
--Pero qué te pasó, pana, cuéntame, ¿renunciaste?
--Todavía no sé si voy a renunciar, pero hoy no voy a trabajar. Si quieren que me boten. Después te cuento.
El amigo se montó en su carro y se fue. Nunca me dijo qué había pasado y nunca lo confirmé con él, pero yo lo relacioné enseguida con la noticia que me acababa de dar.
Cuando vengo de regreso al canal veo que el tipo que golpeaba el poste no está solo, que había como ocho en total haciendo lo mismo, golpeando postes y objetos, haciendo bulla. Pensé: “Lo que falta es esto, que se prenda una coñaza aquí afuera”. Entro a la redacción y escucho por primera vez dos órdenes que vienen de arriba, o más bien una orden compuesta de dos elementos:
1) El canal no transmite nada hasta que Sapene lo firme.
2) En el país no está pasando nada anormal. Todo está en orden.
La primera reacción de algunos redactores, entre ellos yo mismo y la jeva con quien estaba empatado, fue de rechazo. Dije en voz alta: “Mire, compadre, yo no soy chavista pero tampoco soy güevón. Yo voy a revisar de arriba abajo los cassettes que me lleguen. Lo que yo vea ahí que me parezca noticioso lo voy a transmitir”. Los jefes de redacción quisieron aplacarnos con el cuento de que nosotros trabajábamos para una empresa, y nosotros les respondimos que por encima de eso éramos periodistas. Seguramente fue por eso que me dieron para procesar unos materiales que mandaron de San Cristóbal.
A la más sumisa de todas, o mejor dicho, la periodista cuyo discurso se amoldaba más al de la empresa, la pusieron a cubrir las incidencias de Caracas. Nosotros, con la cabeza más fresca que hacía unos días y con más tiempo para analizar la situación, pudimos entender al fin que había algo raro en desarrollo, dentro y fuera del canal.
Un poco más tarde termina de reventar la crisis interna. Yo hoy lo veo así: había en la calle unas noticias tan grandes que no se podían ocultar, pero la directiva se empeñaba en ocultarlas. Sucede que llegan unas imágenes por cable, creo que de Telemundo. Era el reporte de una manifestación, un gentío que estaba manifestando a favor de Chávez en el centro de Caracas y en los alrededores de Miraflores. Fue cuando el rumor de los saqueos y protestas dejó de ser simple rumor, y entonces entendimos, con mucha arrechera la mayoría, que aquella orden de decir que el país estaba en orden, que todo estaba normal, era para ocultar esto. ¿Por qué nos mandaban a decir que todo estaba normal? Porque no estaba normal.
Entonces pasó algo que me hizo reconciliarme con aquellos periodistas, más o menos los mismos que un día antes aplaudían a Carmona: empezamos a hablar de la actitud correcta a tomar. Unos decían que lo mejor era irnos todos para la casa. Otros, que empezáramos a transmitir lo que estuviera pasando, contrariando las órdenes de los jefes. Fue cuando apareció Andrés Izarra haciéndose la misma pregunta que todos, pero desde su posición de jefatura: “¿Por qué un canal de noticias extranjero tiene unas imágenes de Caracas y nosotros no las tenemos? ¿Dónde está la reportera asignada a Miraflores?”.
Atacan las hordas
Se produce entonces la orden de ubicar a la reportera, porque ella y el camarógrafo que la acompañaba tenían, entre otros materiales, los preparativos de la toma de posesión de Carmona, que fue suspendida y los invitados tuvieron que huir de Miraflores y otros se quedaron ahí encerrados. Alguien le respondió que la reportera tuvo un problema, que habían tratado de agredirla. “Ajá, pero ¿dónde está ese material?”, volvió a preguntar Izarra, seguramente recordando que cada vez que a un reportero lo golpeaban o le gritaban el canal estaba transmitiendo ese material a los cinco minutos.
Un momento después aparece Diosdado Cabello dando unas declaraciones por CNN, en su condición de Presidente Constitucional en ausencia de Hugo Chávez (ya que él era el VicePresidente de la República), en las cuales decía que había una situación que ya el Gobierno tenía bajo control. Fue entonces cuando Izarra se dirigió a la oficina de Eduardo Sapene.
En ese momento llegó el jefe de redacción de la tarde, que vivía en La Candelaria, y aseguró haberse ido a pie hasta Quinta Crespo y no haber visto nada. Cero protestas, cero saqueos. Decidí hacer una verificación rápida de la situación, salí a la avenida Baralt, caminé hasta la plaza Miranda y tampoco vi la agitación ni los saqueos de los cuales se hablaba. Sólo una cosa fuera de lo común: los autobuses venían hacia el sur por las dos vías, algunos venían en contraflujo. Ningún automóvil subía, todos bajaban por ambos lados de la avenida. Me devolví al canal y les conté eso mismo a ver si enviaban un motorizado a ver qué pasaba más arriba. En respuesta, me preguntaron si había hecho las noticias de San Cristóbal.
Me acerqué justo para ver el fin de la discusión de Izarra y Sapene. El primero le mostraba un cassette y le decía “Este material tiene que salir”, y el otro decía que no se podía. En eso estuvieron un rato hasta que Sapene gritó “Bueno, ultimadamente, aquí yo soy el jefe”. Izarra batió el cassette y se marchó. Era la segunda persona que se retiraba furiosa del canal el mismo día. Algo andaba muy mal. Pero como el canal no estaba transmitiendo noticias me decidí a ver qué era lo que tenía el maldito cassette de San Cristóbal. Lo revisé completo y aquello daba risa de lo pueril: imágenes de una plaza, unos ancianos en una panadería diciendo que estaban contentos porque había nuevo Presidente. El país estaba estremeciéndose otra vez y yo ocupado procesando imágenes de unos carajitos echándoles cotufas a las palomas en la plaza Bolívar de San Cristóbal. Atrás seguían los golpes a la santamaría. Aquello causaba temor las primeras veces, pero poco a poco nos fuimos acostumbrando.
Estaba en eso, cuando de pronto entró corriendo una mujer que trabajaba allí, gritando a todo pulmón: “¡Entraron los Círculos Bolivarianos! ¡Entraron los Círculos Bolivarianos!”, y se produjo la estampida. Aquello era un gentío lanzándose debajo de los escritorios, otros chocando entre sí, atropellándose, las mujeres gritando enloquecidas, toda una escena de pánico. Mi impulso inicial, bajado de la nube en que estaba, con la mente puesta en la plaza y los niños y los viejos en la panadería de San Cristóbal, fue coger un termo de café, un radio que estaba puesto allí y que nadie usaba, y salir a ver con qué me encontraba en los pasillos.
Salí de la sala de redacción y me encontré con un viejo trabajador del canal, un caballero muy querido, pero sicológicamente muy frágil. Estaba llorando desesperadamente, diciendo “Nos van a matar a todos, nos van a matar”. Traté de calmarlo, le propuse que se refugiara en un lugar que le indiqué, ahí mismo dentro del edificio, y me fui acercando hacia la puerta, pensando con preocupación en mi compañera de trabajo y de amoríos. A medida que avanzaba iba sintiendo unos gritos y unos golpes. Cuando llego y me asomo a la recepción, es decir, el lobby que da a la entrada principal, me encontré con otra escena de esas que no se me podrán olvidar más nunca.
Del lado de afuera, un cojonal de gente con franelas rojas y un tipo dándole con una mandarria a los cristales blindados de la fachada principal.
Y del lado de adentro, la apoteosis: dos camarógrafos haciendo tomas y dos vigilantes, par de güevones, apuntando hacia la entrada con una manguera contra incendios.
Pensamiento del día: “Bueno Leo, ahora sí te jodiste”.
A lo lejos vi dos rostros conocidos: Freddy Bernal y Eliécer Otaiza.
Miedo al cuero
Segundo pensamiento del día: estos tipos llevan una semana planificando un golpe de estado. Llevan una semana explotándonos, nos tienen trabajando quince horas diarias. Están avisados de que los Círculos van a ir al canal, y son incapaces de organizar un plan B para evacuar el edificio a la hora de una contingencia. O al menos entrenar a alguien para la defensa, si es que llegaba el momento de defenderse. Señor: era una manguera contra incendios, que yo estoy seguro además de que no probaban en años y tal vez ni agua echaba esa mierda, y si echaba agua lo que iba lograr era hacer arrechar más a estos tipos de los Círculos si entraban, porque a nadie le gusta que lo mojen. Yo me sentía más seguro con mi termo de café que viendo a aquellos pobres hombres apuntando con la manguera.
Todavía hoy me pregunto si los tipos, los directivos del canal, son muy bolsas o muy ratas. En serio, todavía no sé qué pensar.
Me dediqué entonces a buscar a los trabajadores en los estudios, en las oficinas, en los espacios que yo conocía muy bien, para tranquilizarla, para decirles que no era verdad que hubieran entrado los Círculos y que no se les veía tampoco muchas ganas de entrar. La mayoría no me creía, pero poco a poco se calmaban al ver que, en efecto, no se sentía violencia por los pasillos. Encontré gente metida en varios estantes, debajo de unas mesas. Mi verdadera intención era conseguir a mi amiga y llevarla a algún lugar escondido, aprovechando que nadie iba a extrañarse de nuestra ausencia.
En una de esas entro a un galpón de utilería y me encuentro a una mujer muy fornida, pesada, subida en una pared que mediría como tres metros. Ni yo ni ella misma nos explicábamos cómo pudo subirse ahí; yo levanté un brazo y no alcancé a tocarla. El caso es que me tocó ayudarla a bajarse de ese muro, y fue un proceso difícil. Un poco largo de contar.
La acompañé afuera, y estaba contándole lo mismo que a todo el mundo, que no había peligro alguno y que no había por qué esconderse, cuando de pronto sonó una detonación muy fuerte y se apagaron las luces. Otra vez aquella mujer entró en pánico y yo le dije que se callara, que me esperara un momento. Salí y vi a un vigilante, un señor muerto de la risa que me dijo “Tranquilo, fue que le lancé una piedra a los tubos esos de neón para apagarlos, por si entran esos bichos no se puedan mover tan fácil”. Yo le dije, riéndome también: “Caramba maestro, pero pudiste haber avisado”, y el hombre respondió: “Bien hecho, porque todos ustedes son unos cagaos. Matan al tigre y le tienen miedo al cuero. ¿No estaban jodiendo a Chávez? ¡Ahora se la calan!”.
Todo el mundo fue subiendo y concentrándose en el descanso de una escalera, y allí nos terminamos de tranquilizar.
En ese lugar encuentro por fin a mi amiga y le cuento que en mi recorrido por el canal vi unos almacenes muy solitarios y muy propicios para estar un rato a solas. La propuesta fue rechazada.
--¿A ti qué te pasa? ¿En un momento tan importante tú vas a estar pensando en eso?
--¿Importante? Importante es lo de nosotros. Eso que está pasando afuera va a quedar atrás, nosotros podemos trascender.
Ella se negaba. Le cité de memoria aquello de “los amores cobardes no llegan a amores ni a historias, se quedan allí”, pero ella había escuchado las mismas canciones que yo y además estaba muy nerviosa. No pude convencerla.
Al anochecer una de las jefas comienza a hacer y a recibir llamadas. Después de una de esas llamadas, anunció que había un acuerdo con el Gobierno. El canal debía sacar una de las cámaras y un reportero para que los manifestantes concentrados afuera expresaran su parecer, y en seguida se enviaban fuerzas de la Casa Militar para desalojar a los manifestantes. El canal cumplió, pero con un cintillo debajo de la pantalla que decía algo así como “Estas imágenes son transmitidas a petición del Gobierno”. Cosa que no debió dejar conforme a la otra parte, porque al rato se produjo otra llamada. Pude escuchar cuando la jefa exclamó: “¡Pero Jesse! Ya hicimos lo que pediste, ¿nos vas a obligar ahora a pegarnos a la señal del canal 8?”.
Pero tuvo que hacerlo. Todos los canales privados estaban haciendo lo mismo.
A todas estas, mi madre me llamaba cada media hora para preguntarme cosas y resulta que estaba enterada de cosas que yo no sabía, y creo que nadie las sabía ahí adentro: por ejemplo, que unos periodistas de RCTV, compañeros nuestros, habían pedido asilo político en unas embajadas porque los habían amenazado; y que en los demás canales se decía que los trabajadores de RCTV estábamos secuestrados por los Círculos Bolivarianos.
Terminamos saliendo de allí a la una de la madrugada del 14 de abril. En mi caso, rumbo a casa de una compañera periodista junto con dos reporteras más, entre ellas mi querida compañera. A hacer un resumen de lo ocurrido aquella semana. A esperar el momento en que Chávez llega a Miraflores y se produce la escena del crucifijo. A lamentarnos, a relajarnos y a descansar, finalmente.
En mi caso y el de mi amiga del alma, a relajarnos.
Los insurrectos,
los consentidos
Pero la historia para nosotros no terminó el 13, ni el 14 de abril.
El domingo en la tarde salí de casa de la amiga para irme a la mía, y enciendo el teléfono celular. Para mi sorpresa, tenía mensajes de voz de algunos compañeros que hasta ese momento jamás se habían comunicado conmigo sino estrictamente para cuestiones de trabajo. Me pedían que estableciera contacto con alguno de ellos, y sin darme mayores detalles me informaban que estaban reuniéndose y que me necesitaban. Decidí esperar para verlos el lunes 15.
Cuando llego a trabajar, muy temprano, antes de las 8 de la mañana, me aborda mi jefa, la misma con quien tuve aquella fea discusión porque nos ordenó ocultar información y a quien le parecía más importante aquel material de San Cristóbal. Me recibió con un discurso increíble: dijo que saliera a reportear, que el país necesitaba saber lo que estaba pasando en la calle y que nuestra misión era informar sobre ello. De repente le estaba dando más importancia al periodismo que a la empresa. Al rato empezaron a llegar videos de aficionados que se acercaron al canal con tomas de los saqueos y protestas de dos días atrás, y el canal las empezó a transmitir, pero sin sonido.
Yo noté, al entrar en Prensa, que la sala estaba semidesierta. Yo era el único redactor y me querían poner a reportear; había dos editores, tres camarógrafos. Empecé a notar algo raro, otra vez, hasta que caí en cuenta: al no haber quien hiciera el trabajo del día, optaron por transmitir el material que se negaban a transmitir el 12 y 13. Decidí entonces comunicarme con los compañeros que me habían dejado los mensajes, y enseguida me pusieron al tanto. “Sal de ahí rápido, vamos a reunirnos en el San Ignacio. Aquí estamos todos, tenemos que hablar”. Por supuesto, acaté el llamado y cuando iba saliendo la jefa se descompuso: “¿Qué está pasando? ¿Para dónde vas? ¿Qué se están tramando ustedes? ¿Nos quieren boicotear?”.
Sentí una satisfacción, una sensación de justicia muy de pinga: por primera vez había algo que los trabajadores sabíamos y que ellos ignoraban. Dejé a esa mujer gritando ahí y fui a encontrarme con los compañeros.
Al llegar al sitio de reunión, allí al aire libre y a la vista de todo el mundo, estaban todos los que no fueron a trabajar, que era la mayoría. La Gerencia de Información en pleno, excepto los jefes: camarógrafos, editores, redactores, reporteros, locutores, anclas. Todo el mundo. De pronto caímos en cuenta de que estábamos llamado la atención. Era un grupo grande, muchas caras conocidas y emblemáticas de RCTV, un lunes y después de aquellos sucesos, y decidimos movernos a un lugar cerrado. Nos fuimos al patio de una casa en Campo Alegre, y empezamos a hacer un balance.
Quien toma la palabra es un veterano locutor, cara visible del canal y por lo tanto alguien que tenía, además de mucha experiencia, mucho que perder. El hombre resumió en pocos minutos el sentimiento de todos: los directivos de ese canal sabían lo que estaba ocurriendo y nos utilizaron, arriesgaron nuestras vidas, nos manipularon como piezas importantes no como seres humanos sino como elementos necesarios para unos fines ocultos, o ya no tanto. Y lo dijo con sus palabras un caballero que es casi patrimonio del canal, y no un guerrillero sino un señor antichavista hasta las cejas.
Esto les soltó la lengua a los demás. Cada quien intervino para hacer un reclamo y para fijar posición. Quedamos en que ahí íbamos a darle forma a un discurso único, una queja de toda el área de información a los gerentes. Estamos en eso cuando se aparece Andrés Izarra, a quien había que escuchar porque el hombre sabía cosas que nosotros no sabíamos, y nos terminó de confirmar las sospechas: habíamos sido utilizados como conejillos de Indias, como carne de cañón. Los directivos sabían desde temprano que Chávez regresaba y que estaba en vías de ser rescatado, y además sabían que los Círculos Bolivarianos iban a ir a las sedes de todos los canales. Y nos hizo una importante revelación: el Gobierno tuvo la delicadeza, desde temprano, de avisarles a todos los canales que los Círculos iban a ir de canal en canal, así que no era lógico ni prudente dejarnos ahí toda la tarde y la noche. ¿Dónde coño estaba Marcel Granier mientras allá adentro había una crisis de pánico? ¿Por qué nos dejaron ahí sin decirnos lo que sabían que iba a ocurrir?
Mientras Izarra nos cuenta estas cosas la alta gerencia de RCTV llama a alguien que estaba en la reunión, y le dice que desean reunirse con nosotros para escuchar nuestras quejas y nuestras propuestas. Alguien propuso que renunciáramos en pleno, pero al final se impuso la idea de que eso no les creaba ningún problema a los gerentes, que en dos o tres semanas reclutarían nuevo personal y salían del rollo. ¿Y la liquidación de 40 personas? Nada, eso no es un golpe para la chequera de un consorcio poderoso como ese. No cristalizó la propuesta de renunciar en cambote, e Izarra hizo su anuncio: “Bueno, compañeros, ya yo renuncié. Si esos señores vienen por ahí yo me marcho, porque yo no tengo nada que negociar con ellos. Yo los invito a que no se vayan a dejar joder ni engatusar otra vez. Ellos van a venir mansitos pero al final el objetivo va a ser ensartarlos de nuevo”. Hubo un intento final por unificar unas exigencias para defenderlas delante de los directivos, pero al no ver avances Izarra se despidió y se fue. Quince minutos después llegó Sapene acompañado de dos altos ejecutivos del canal, y con ellos hubo un intercambio de ideas, muy breve.
Al final, la rebelión terminó con un acuerdo en el cual los gloriosos insurrectos conseguimos de los directivos de RCTV lo siguiente:
1) Nos pusieron un transporte que nos llevara a nuestras casas.
2) Nos aumentaron el salario.
3) Nos garantizaron el diseño de un plan de seguridad alterno, con vías de escape en caso de momentos difíciles. No se dijo nada en lo absoluto de la manguera contra incendios.
Camardiel y yo nos miramos a la cara y nos acordamos del proyecto, del viaje a Europa para el programa del Mundial, que se había suspendido, y tuvimos esa visión: “Chamo, los gerentes están tan apenados y se sienten tan culpables que son capaces de aprobarlo todo otra vez. Por un tiempito seremos sus consentidos; vamos a aprovechar esto, nos vamos a Europa y después del Mundial renunciamos”. Todo esto fue el lunes 15.
El 16 fuimos a hablar con Sapene. A los dos minutos de conversación nos dijo: “Bueno, ¿qué hace falta para que se vayan? ¿Mi firma?”.
El 17 todos los trámites estaban hechos y los recursos aprobados.
El 19 de abril, fecha patria, tomamos el avión y nos fuimos para España.
La despedida
No renunciamos en julio, como habíamos prometido. En octubre estalló una nueva crisis, ahora por los militares que fueron a hacer su payasada en la Plaza Altamira, y nuevamente nos movieron para hacer reportes y noticias.
Recuerdo que fui a una concentración del chavismo frente a Miraflores y a una de la oposición en la plaza Altamira. A la de Miraflores fui como Productor, a verificar que el aparato de microondas funcionara y a coordinar una logística básica para transmitir en vivo, no fui en calidad de reportero. Fui con la actitud de quien va a cubrir un partido de fútbol o un concierto. La única diferencia es que en el partido de fútbol no te llaman marico ni te ofrecen coñazos. Yo estaba dentro de Miraflores, en los espacios al aire libre, y en la parte de afuera los manifestantes chavistas nos gritaban cosas. A mí esto me divertía más de lo que me preocupaba, yo simplemente les decía cosas también, les decía “Espérame ahí que ya salgo” y cuestiones de esas. Cuando veían una cámara gritaban consignas, decían “¡Que digan la verdad!”, y cuando la cámara se iba volvían a insultar y a amenazar, yo creo más bien que a desahogar unas rabias. Yo era un catire que trabajaba en la televisión y esa ocasión no la iban a dejar pasar para descargarse. Pero nunca tuve una situación grave.
Lo de Altamira fue un fin de semana. En esa oportunidad me di cuenta de que mis jefes tenían planes conmigo. Planes bien intencionados, honestamente, de convertirme en reportero de la fuente política. Ese día a mí me dio por copiar una fórmula que había visto en ESPN para presentar su noticiero deportivo. Ellos hacen una lectura literal, a veces literaria, de las imágenes, y la cosa se convierte en un juego de palabras y les queda muy bien. Por ejemplo, se ve a un aficionado que está gritando y la voz narra: “El hombre levanta su voz al cielo…”. Por supuesto, la tensión política que se vivía en Venezuela no se prestaba a esa clase de chistes, las notas ameritaban un formalismo, una seriedad y tal, pero yo quise experimentar un día, y le pedí al camarógrafo que en lugar de hacer las mismas tomas de los militares tomara a la gente asomada en los edificios, a los niños trepando en los árboles, al señor que estaba dormido, a los vendedores, y con ese material hice eso que ellos llaman una “nota de color”. La cosa gustó y produjo justamente el efecto que yo no deseaba, pues a cada rato me pedían que montara una noticia de dos minutos, me daban imágenes que les parecían propicias para esa clase de notas, y me fueron metiendo. Y yo a hartarme otra vez.
Renuncié a RCTV en diciembre de 2002, durante los primeros días del paro petrolero, pero no porque estuviera descontento con el paro sino porque estaba descontento con el canal. Creo que es un proceso natural; tú trabajas en una empresa hasta que te hartas de la empresa y te vas.
Unos días antes de que se anunciara el paro, creo que el 2 de diciembre, tuve algo así como una revelación, un punto de quiebre. Ese día había una manifestación de chavistas frente a la sede del canal. Voy como un pendejo (honestamente, me sentía como un pendejo), con un chaleco antibalas y una cámara para hacer tomas, para grabar desde arriba, desde la terraza. Abajo los chavistas me ven y me hacen señas, me pintan una paloma, yo les respondo igual. Un hombre que estaba abajo con una cámara me apunta y me la señala, como queriendo decir “Te estoy grabando”, y yo hago lo mismo. Otro me hace una argolla con los dedos, yo le tiro un beso. Me gritan, se ríen, yo me río.
Ahí fue cuando reaccioné. Pensé: “A ver, yo me estoy metiendo con estos carajos porque me parece divertido, pero en el fondo no es divertido, mi situación no es nada divertida. Yo gano 340 mil bolívares, con eso no vive nadie; mi jefa me cae mal, tengo que obedecer órdenes de unos tipos que considero ignorantes y chupamedias. Además tengo un mes y medio sin hacer una nota deportiva. ¿Qué coño estoy haciendo yo aquí?”.
Al día siguiente renuncié. Cumplí un preaviso hasta enero y me largué de allí. Ya era hora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario